Recuerdo a unos padres que organizaban las horas de estudio de su hijo hasta el detalle, le racionaban el tiempo libre con criterios muy estrictos , venían a ver a los profesores con inusitada frecuencia, e intervenían en todo lo que el chico pudiera hacer o decir.
Eran como sus portavoces, anulaban su personalidad. Con esa pretensión de control absoluto y de superprotección hacían pasar una notable vergüenza al chico, molesto por el riguroso cerco al que estaba sometido. Le llevaban en coche al fútbol, porque no iban a dejarle ir solo, con la bolsa de deporte, 'tal como está el mundo'. Le insistían en que se abrigara, le corregían continuamente, le planificaban el descanso, le recordaban todo.
Su padre se empeñaba incluso en que le tenían que gustar las rimas de Bécquer y la música de Vivaldi, porque 'esos cantantes modernos lo único que hacen es pegar berridos'. Era todo un intento de meter a presión en un molde su forma de ser y sus aficiones.
Con planteamientos así no se puede pretender que el chico llegue a ser alguien responsable. Hay que educarle en libertad, con una vigilancia atenta, pero que mantenga un poco las distancias. Si no, le será difícil llegar a entender –y es importante– que él mismo es quien debe estar interesado en estudiar y encontrar el modo de hacerlo lo mejor posible.
No es difícil sustituir ese cerco de controles por motivaciones más positivas: en vez de prohibirle la televisión, por ejemplo, acordar con él un resultado concreto en el estudio. En vez de privarle de algo, sin más, hacerle ver que debe ser generoso y compartirlo con su hermano. En vez de afear su mala conducta, elogiar la que ha sido buena –que la habrá– y decirle que estamos seguros de que puede ser así siempre.
Interesa dejar un amplio margen a su iniciativa personal. No podemos pretender que tenga el mismo modo de organizarse o de estudiar que tuvimos nosotros. Tiene su modo de hacer las cosas y de entender los problemas. Y a esta edad hay que empezar ya a respetarlo con bastante tacto, pues el exceso de imposiciones suele producir el efecto contrario: el deseo de libertad puede incluso llevarle a hacer lo que no quisiera, con tal de dejar bien sentada su independencia personal. Debe tenderse lo más posible a que actúe bajo su propia responsabilidad. Los educadores que dejan huella –y huella de la que se recuerda toda la vida– son aquellos que saben hacer que esté en condiciones de tomar decisiones y elegir caminos cuanto antes.
Es un gran error ser posesivos o impositivos. Es mejor ir haciéndole amistosamente las preguntas oportunas sobre el porqué de sus ideas. Este modo de comportarse tiene otra ventaja: cada día se aprende algo de ellos; por eso, tener la suficiente sensibilidad para lograrlo es una tan preciada cualidad en el educador.
—Oye, que estábamos hablando del estudio: - Sí, pero el estudio es el campo en que quizá más claro puede verse todo esto. Debe aprender a organizar su tiempo y decidir sobre el mejor modo de dar cabida a todo: estudio, descanso, aficiones, ratos de tertulia familiar, y sus encargos en la casa.
Que razone él mismo (aunque se le puede ayudar) para aplicar un orden de prioridades en las cosas que tiene pendientes. Es mejor pedirle resultados concretos y hacer el papel de observador, con una vigilancia que sea atenta y respetuosa a la vez, serena, y afable a la hora de intervenir, sin caer en la tentación de pretender fiscalizarlo todo. Al chico empiezan a molestarle las actitudes excesivamente paternalistas.
Porque esos pequeños golpes son los que más enseñan al niño, ya que son consecuencia del empleo consciente de su libertad. Lo contrario produce inhibición. Si hay un exceso de dirigismo, el chico no termina de convencerse de que es bueno lo que le obligan a hacer, porque nunca llega a experimentar el fracaso como consecuencia de una decisión libre suya.
El principal enemigo del dejar hacer es la impaciencia. No en vano dice aquel proverbio turco que la paciencia es la llave del paraíso, pues aunque costosa, sus frutos son extraordinariamente sabrosos. Hay que aprender a esperar, cosa nada fácil, y contar con el tiempo para que mejore, sin exigir resultados milagrosos, como no los obtuvieron con nosotros nuestros padres.
Ir a las causas, sin quedarse sólo en lo académico: Muchas veces queremos curar el sarampión granito a granito, y no puede ser. Es preciso ir a las causas. Un niño sano, a esta edad, en un ambiente normal, debe querer estudiar. Lo contrario indica alguna anormalidad.
Estando en contacto con su tutor o sus profesores, no es difícil saber qué es lo que pasa. Lo que no es acertado es querer arreglarlo a base de remedios superficiales. No podemos pretender arreglarlo resolviéndole los problemas de matemáticas, dictándole la redacción o haciéndole la lámina de dibujo. Ni tampoco con la comodidad de poner un profesor particular, si el problema es que no le da la gana esforzarse por atender en clase.
—¿Por qué no pones algunos ejemplos más concretos?: - ¿De verdad quieres ejemplos de contradicciones educativas? Seguro que muchos nos resultarán familiares a todos.
1.- Si resulta que come siempre lo que le da la gana, fuera de hora, y a su capricho..., luego no te quejes de que sea tan blandito que no aguante ni quince minutos estudiando.
2.- Si se pasa la tarde en casa en pijama, estudia tumbado en la cama, y cuando se sienta en el sofá adopta siempre posturas hiperperezosas..., luego no te extrañe que no sea capaz de vencer la pereza para hacer esas tareas de clase o preparar aquel examen.
3.- Si se pasa el día con la cabeza en otro mundo, distraído, viendo horas y horas de televisión, escuchando música a todo volumen o absorto con sus auriculares hasta altas horas de la noche, sin exigirle que participe en el ambiente familiar..., luego no te maravilles de que sea bohemio, esté lleno de fantasías y que no logre concentrarse ni cinco minutos seguidos en clase, en el estudio, o en la lectura de ese libro que le han mandado para un trabajo del colegio.
4.- Si se ha pasado la vida sin guardar ningún orden, dejando tiradas su ropa y sus cosas del colegio, sin sujetarse a un horario..., bien pueden ser ésas las causas de su actual descuido y desorden integral en los estudios.
5.- Es un error grave preocuparse sólo de las notas. Hay padres que, cuando van al colegio, sólo preguntan por el boletín de notas, las recuperaciones y el profesor de matemáticas. Piensan en la carrera que hará su hijo, pero no en el tipo de persona que será. Y no les importa si su hijo es buen compañero, o leal y sincero con los amigos.
6.- Como padre, o como madre, debes preocuparte de saberlo. Entérate, por ejemplo, de si ya ha aprendido a dejar el bolígrafo o los rotuladores o ese libro a sus compañeros de clase. Preocúpate por saber si lleva ya al colegio, para jugar con sus amigos, aquel balón que le han regalado en su último cumpleaños. No resulte que esté convirtiéndose en un egoísta avaro de sus libros, sus rotuladores o su balón de reglamento.
7.- Porque las notas suelen ser muchas veces consecuencia de lo demás. Y, aunque no fuera así, ¿de qué serviría tener un hijo premio Nobel si luego es un egoísta, está lleno de orgullo, o es un envidioso redomado? —Oye, que supongo que no todos los problemas serán de falta de voluntad o de virtudes...:- Cierto. Hay también, aunque con menor frecuencia, problemas de aprendizaje. Pueden ser dificultades de lectoescritura, comprensión, memoria, atención, etc., que quizá se agudizan a estas edades. A veces se ponen de manifiesto coincidiendo con el año en que en el colegio pasan al sistema de un profesor por asignatura. Es cuestión de acudir entonces a un gabinete psicopedagógico de confianza.
Castigar es fácil; motivar es difícil:
Vuelvo a insistir brevemente en la motivación y en el castigo, porque en los estudios de los chicos suelen tener bastante protagonismo. Si se tiene verdadera autoridad, raramente será necesario castigar. Un simple detalle, una mirada o un sencillo comentario más severo que muestre que ha actuado mal, suele ser suficiente si le hemos educado bien y con cariño. El recurso al castigo es casi siempre la solución más cómoda y socorrida, la menos inteligente.
El castigo es el arma de quien no sabe educar mejor :De todas formas, si honradamente no se te ocurre mejor solución, castiga. Pero que sepas que es porque antes no supiste hacerlo mejor; y que aún ahora existen otras soluciones. Pero no lo dejes pasar si crees que hay que actuar.
Cuando uses del castigo, el chico ha de quedar siempre con la sensación de que ha habido justicia, como si hubiera perdido en un juego con unas reglas muy claras y sin trampas. La reprensión y el castigo deben ser como el eco del reproche que el niño se haga a sí mismo en el interior de su conciencia. Si no se consigue esto, su eficacia es muy dudosa.
También conviene que los castigos sean en lo posible educativos, relacionados con la falta cometida. E incluso productivos, si es posible, porque así al cumplirlo no se añade la carga de sentir que se está haciendo algo absurdo o inútil.
Por eso, si tiene desordenado el armario, se le puede decir que lo ordene antes de salir. Si llega tarde a comer, puede recoger la mesa o hacer algún otro trabajo doméstico, y descargar así de trabajo a otros. Y si las notas no han sido buenas, habrá que marcarle unos mínimos exigentes en su estudio, y deberá cumplirlos.
Motivar no equivale a premiar. Es más. Es infundir un deseo de actuar de un modo determinado: de estudiar, de ayudar a los demás, de saber, de conocer.
El último ejemplo que quiero poner se refiere a los castigos físicos. Recuerdo la vergüenza ajena con que vi en una ocasión a una madre en la triste situación de correr detrás del hijo que huía del castigo corporal. Aparte de un espectáculo penoso, es muestra muy sintomática de una autoridad ya casi perdida.
No se debe pegar, y quienes tengan que llegar a hacerlo habrán de ser conscientes de que es consecuencia de una larga acumulación de errores en la educación del chico y en la autoridad de los padres. Suele ser consecuencia de la irritación y de la pérdida del dominio de sí mismo, desprestigia a quien la emplea, produce resentimientos, y es algo que recordarán cuando sean mayores y que difícilmente nos podrán agradecer.
Alfonso Aguiló
Madrid 1959. Ingeniero de caminos (Madrid, 1983) Ha tenido relación durante más de veinte años con la formación de gente joven en diversos trabajos de carácter educativo y docente. Actualmente es director de Tajamar (Madrid, España). Es autor de numerosas publicaciones, entre las que se cuentan siete libros en la colección 'Hacer Familia' (Editorial Palabra): Tu hijo de 10 a 12 años (1992) (en 7ª edición), Educar el carácter (1992) (en 6ª edición), Interrogantes en torno a la fe (1994) (en 4ª edición), La tolerancia (1995) (en 4ª edición),Carácter y valía personal (1998) (en 3ª edición),Educar los sentimientos (1999) (en 3ª edición) , 25 cuestiones actuales en torno a la fe (2001). También ha publicado más de un centenar de artículos sobre cuestiones relacionadas con la educación. Es colaborador habitual de la Revista 'Hacer Familia'. Dirige el portal www.interrogantes.net. Desde 1991 es Vicepresidente del Instituto Europeo de Estudios de la Educación (IEEE).
Eran como sus portavoces, anulaban su personalidad. Con esa pretensión de control absoluto y de superprotección hacían pasar una notable vergüenza al chico, molesto por el riguroso cerco al que estaba sometido. Le llevaban en coche al fútbol, porque no iban a dejarle ir solo, con la bolsa de deporte, 'tal como está el mundo'. Le insistían en que se abrigara, le corregían continuamente, le planificaban el descanso, le recordaban todo.
Su padre se empeñaba incluso en que le tenían que gustar las rimas de Bécquer y la música de Vivaldi, porque 'esos cantantes modernos lo único que hacen es pegar berridos'. Era todo un intento de meter a presión en un molde su forma de ser y sus aficiones.
Con planteamientos así no se puede pretender que el chico llegue a ser alguien responsable. Hay que educarle en libertad, con una vigilancia atenta, pero que mantenga un poco las distancias. Si no, le será difícil llegar a entender –y es importante– que él mismo es quien debe estar interesado en estudiar y encontrar el modo de hacerlo lo mejor posible.
No es difícil sustituir ese cerco de controles por motivaciones más positivas: en vez de prohibirle la televisión, por ejemplo, acordar con él un resultado concreto en el estudio. En vez de privarle de algo, sin más, hacerle ver que debe ser generoso y compartirlo con su hermano. En vez de afear su mala conducta, elogiar la que ha sido buena –que la habrá– y decirle que estamos seguros de que puede ser así siempre.
Interesa dejar un amplio margen a su iniciativa personal. No podemos pretender que tenga el mismo modo de organizarse o de estudiar que tuvimos nosotros. Tiene su modo de hacer las cosas y de entender los problemas. Y a esta edad hay que empezar ya a respetarlo con bastante tacto, pues el exceso de imposiciones suele producir el efecto contrario: el deseo de libertad puede incluso llevarle a hacer lo que no quisiera, con tal de dejar bien sentada su independencia personal. Debe tenderse lo más posible a que actúe bajo su propia responsabilidad. Los educadores que dejan huella –y huella de la que se recuerda toda la vida– son aquellos que saben hacer que esté en condiciones de tomar decisiones y elegir caminos cuanto antes.
Es un gran error ser posesivos o impositivos. Es mejor ir haciéndole amistosamente las preguntas oportunas sobre el porqué de sus ideas. Este modo de comportarse tiene otra ventaja: cada día se aprende algo de ellos; por eso, tener la suficiente sensibilidad para lograrlo es una tan preciada cualidad en el educador.
—Oye, que estábamos hablando del estudio: - Sí, pero el estudio es el campo en que quizá más claro puede verse todo esto. Debe aprender a organizar su tiempo y decidir sobre el mejor modo de dar cabida a todo: estudio, descanso, aficiones, ratos de tertulia familiar, y sus encargos en la casa.
Que razone él mismo (aunque se le puede ayudar) para aplicar un orden de prioridades en las cosas que tiene pendientes. Es mejor pedirle resultados concretos y hacer el papel de observador, con una vigilancia que sea atenta y respetuosa a la vez, serena, y afable a la hora de intervenir, sin caer en la tentación de pretender fiscalizarlo todo. Al chico empiezan a molestarle las actitudes excesivamente paternalistas.
Porque esos pequeños golpes son los que más enseñan al niño, ya que son consecuencia del empleo consciente de su libertad. Lo contrario produce inhibición. Si hay un exceso de dirigismo, el chico no termina de convencerse de que es bueno lo que le obligan a hacer, porque nunca llega a experimentar el fracaso como consecuencia de una decisión libre suya.
El principal enemigo del dejar hacer es la impaciencia. No en vano dice aquel proverbio turco que la paciencia es la llave del paraíso, pues aunque costosa, sus frutos son extraordinariamente sabrosos. Hay que aprender a esperar, cosa nada fácil, y contar con el tiempo para que mejore, sin exigir resultados milagrosos, como no los obtuvieron con nosotros nuestros padres.
Ir a las causas, sin quedarse sólo en lo académico: Muchas veces queremos curar el sarampión granito a granito, y no puede ser. Es preciso ir a las causas. Un niño sano, a esta edad, en un ambiente normal, debe querer estudiar. Lo contrario indica alguna anormalidad.
Estando en contacto con su tutor o sus profesores, no es difícil saber qué es lo que pasa. Lo que no es acertado es querer arreglarlo a base de remedios superficiales. No podemos pretender arreglarlo resolviéndole los problemas de matemáticas, dictándole la redacción o haciéndole la lámina de dibujo. Ni tampoco con la comodidad de poner un profesor particular, si el problema es que no le da la gana esforzarse por atender en clase.
—¿Por qué no pones algunos ejemplos más concretos?: - ¿De verdad quieres ejemplos de contradicciones educativas? Seguro que muchos nos resultarán familiares a todos.
1.- Si resulta que come siempre lo que le da la gana, fuera de hora, y a su capricho..., luego no te quejes de que sea tan blandito que no aguante ni quince minutos estudiando.
2.- Si se pasa la tarde en casa en pijama, estudia tumbado en la cama, y cuando se sienta en el sofá adopta siempre posturas hiperperezosas..., luego no te extrañe que no sea capaz de vencer la pereza para hacer esas tareas de clase o preparar aquel examen.
3.- Si se pasa el día con la cabeza en otro mundo, distraído, viendo horas y horas de televisión, escuchando música a todo volumen o absorto con sus auriculares hasta altas horas de la noche, sin exigirle que participe en el ambiente familiar..., luego no te maravilles de que sea bohemio, esté lleno de fantasías y que no logre concentrarse ni cinco minutos seguidos en clase, en el estudio, o en la lectura de ese libro que le han mandado para un trabajo del colegio.
4.- Si se ha pasado la vida sin guardar ningún orden, dejando tiradas su ropa y sus cosas del colegio, sin sujetarse a un horario..., bien pueden ser ésas las causas de su actual descuido y desorden integral en los estudios.
5.- Es un error grave preocuparse sólo de las notas. Hay padres que, cuando van al colegio, sólo preguntan por el boletín de notas, las recuperaciones y el profesor de matemáticas. Piensan en la carrera que hará su hijo, pero no en el tipo de persona que será. Y no les importa si su hijo es buen compañero, o leal y sincero con los amigos.
6.- Como padre, o como madre, debes preocuparte de saberlo. Entérate, por ejemplo, de si ya ha aprendido a dejar el bolígrafo o los rotuladores o ese libro a sus compañeros de clase. Preocúpate por saber si lleva ya al colegio, para jugar con sus amigos, aquel balón que le han regalado en su último cumpleaños. No resulte que esté convirtiéndose en un egoísta avaro de sus libros, sus rotuladores o su balón de reglamento.
7.- Porque las notas suelen ser muchas veces consecuencia de lo demás. Y, aunque no fuera así, ¿de qué serviría tener un hijo premio Nobel si luego es un egoísta, está lleno de orgullo, o es un envidioso redomado? —Oye, que supongo que no todos los problemas serán de falta de voluntad o de virtudes...:- Cierto. Hay también, aunque con menor frecuencia, problemas de aprendizaje. Pueden ser dificultades de lectoescritura, comprensión, memoria, atención, etc., que quizá se agudizan a estas edades. A veces se ponen de manifiesto coincidiendo con el año en que en el colegio pasan al sistema de un profesor por asignatura. Es cuestión de acudir entonces a un gabinete psicopedagógico de confianza.
Castigar es fácil; motivar es difícil:
Vuelvo a insistir brevemente en la motivación y en el castigo, porque en los estudios de los chicos suelen tener bastante protagonismo. Si se tiene verdadera autoridad, raramente será necesario castigar. Un simple detalle, una mirada o un sencillo comentario más severo que muestre que ha actuado mal, suele ser suficiente si le hemos educado bien y con cariño. El recurso al castigo es casi siempre la solución más cómoda y socorrida, la menos inteligente.
El castigo es el arma de quien no sabe educar mejor :De todas formas, si honradamente no se te ocurre mejor solución, castiga. Pero que sepas que es porque antes no supiste hacerlo mejor; y que aún ahora existen otras soluciones. Pero no lo dejes pasar si crees que hay que actuar.
Cuando uses del castigo, el chico ha de quedar siempre con la sensación de que ha habido justicia, como si hubiera perdido en un juego con unas reglas muy claras y sin trampas. La reprensión y el castigo deben ser como el eco del reproche que el niño se haga a sí mismo en el interior de su conciencia. Si no se consigue esto, su eficacia es muy dudosa.
También conviene que los castigos sean en lo posible educativos, relacionados con la falta cometida. E incluso productivos, si es posible, porque así al cumplirlo no se añade la carga de sentir que se está haciendo algo absurdo o inútil.
Por eso, si tiene desordenado el armario, se le puede decir que lo ordene antes de salir. Si llega tarde a comer, puede recoger la mesa o hacer algún otro trabajo doméstico, y descargar así de trabajo a otros. Y si las notas no han sido buenas, habrá que marcarle unos mínimos exigentes en su estudio, y deberá cumplirlos.
Motivar no equivale a premiar. Es más. Es infundir un deseo de actuar de un modo determinado: de estudiar, de ayudar a los demás, de saber, de conocer.
El último ejemplo que quiero poner se refiere a los castigos físicos. Recuerdo la vergüenza ajena con que vi en una ocasión a una madre en la triste situación de correr detrás del hijo que huía del castigo corporal. Aparte de un espectáculo penoso, es muestra muy sintomática de una autoridad ya casi perdida.
No se debe pegar, y quienes tengan que llegar a hacerlo habrán de ser conscientes de que es consecuencia de una larga acumulación de errores en la educación del chico y en la autoridad de los padres. Suele ser consecuencia de la irritación y de la pérdida del dominio de sí mismo, desprestigia a quien la emplea, produce resentimientos, y es algo que recordarán cuando sean mayores y que difícilmente nos podrán agradecer.
Alfonso Aguiló
Madrid 1959. Ingeniero de caminos (Madrid, 1983) Ha tenido relación durante más de veinte años con la formación de gente joven en diversos trabajos de carácter educativo y docente. Actualmente es director de Tajamar (Madrid, España). Es autor de numerosas publicaciones, entre las que se cuentan siete libros en la colección 'Hacer Familia' (Editorial Palabra): Tu hijo de 10 a 12 años (1992) (en 7ª edición), Educar el carácter (1992) (en 6ª edición), Interrogantes en torno a la fe (1994) (en 4ª edición), La tolerancia (1995) (en 4ª edición),Carácter y valía personal (1998) (en 3ª edición),Educar los sentimientos (1999) (en 3ª edición) , 25 cuestiones actuales en torno a la fe (2001). También ha publicado más de un centenar de artículos sobre cuestiones relacionadas con la educación. Es colaborador habitual de la Revista 'Hacer Familia'. Dirige el portal www.interrogantes.net. Desde 1991 es Vicepresidente del Instituto Europeo de Estudios de la Educación (IEEE).
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