1a PROMOCION del CURSO de A3F "Primeras Decisiones"
Noviembre de 2011

jueves, 10 de noviembre de 2011

¿Dar libertad o restringir?

Existe una paradoja complicada, como todas las paradojas. Nunca han tenido los niños menos libertad y nunca han sido más sobreprotegidos por sus padres.
Los niños reciben una cantidad cada vez mayor de instrucciones por cada 24 horas vivos. Todo está reglamentado; los espacios de libertad son cada vez menores; los peligros cada vez mayores. Las madres y padres son sindicados como responsables de la vida de sus hijos, más allá de toda cordura, como si el libre albedrío, la constitución biológica y el destino (o la voluntad de Dios) hubieran sido sepultados.
Los momentos de risa, distensión y alegría se van reduciendo en las familias, porque en forma constante hay que llamar la atención y educar, de manera que la convivencia de la familia no siempre es respetuosa de cada individualidad.
Así es en todos los países occidentales. Se acabaron los internados, porque los niños necesitan la presencia de sus padres. Se acabaron los juegos libres en los barrios sin adultos vigilando. Se acabaron las mamás que duermen mientras los hijos hacen lo que quieren. Se acabaron también las casas grandes donde nadie se molesta porque no se sienten y donde los niños podían esconderse y hacer maldades.
Podría haber pasado que, junto con las restricciones, hubiera aumentado la libertad. No fue así, lo que aumentó fue la desconfianza.
Es curioso que la sobreprotección produzca síntomas similares a los del abandono. Tal vez sea que el mensaje que el niño recibe es que no es confiable, es que no es persona. Ambos, el abandonado y el sobreprotegido, sienten que no son importantes. Ellos, su identidad, no son relevantes. Y los padres que los cuidaron tanto, pero con tanto miedo no pueden comprender eso.
Con demasiada frecuencia asisto a la angustia de los adultos asociada con el miedo del destino de sus hijos, y a su responsabilidad en ese destino. Imagino un círculo vicioso, en que a mayor miedo del futuro, mayor protección. No la que nace del amor y de las ganas, sino la que nace del miedo.
A veces pienso que los seres humanos tenemos un radar que detecta el miedo del otro. Y el miedo se lee como desconfianza, y produce rebeldía y tristeza.
Tal vez habría que tratar de querer a los otros confiando más en ellos. La resiliencia se forma en el protagonismo de la propia vida, nunca en la esclavitud.
Tal vez, la pregunta, entonces, no es libertad o restricción, sino miedo o confianza.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

EDUCAR EN POSITIVO

La educación en positivo consiste en centrarse en el aspecto positivo de todo lo que rodea a la educación
  • POTENCIAR comportamientos deseados, mejor que prohibir los no deseados
  • ELEGIR los mejores MOMENTOS para educar, frente a hacerlo a bote pronto.
  • PREMIAR más que castigar.
  • Aprovechar y RECONOCER LOS PUNTOS FUERTES como apoyo para mejorar en los débiles, frente a olvidar los puntos fuertes y centrarse en criticar los débiles.
  • Crear hábitos a través de la libertad, frente a crear costumbres a través del miedo y la autoridad..
  • Criticar hechos concretos, en lugar de desacreditar a la persona entera: “este cuarto no está recogido”, frente a “eres un desordenado” o “no sabes ordenar tu cuarto”.
  • PREVENIR y ANTICIPARSE, frente a corregir
¿COMO SE CONSIGUE?

Además de a través de formación, se consigue con un CAMBIO DE ACTITUD global, principalmente en los padres, pero también en el resto de la familia. Este cambio global consiste en varios cambios:

    - Cambiar la forma de hablar: es el principal cambio, y facilita todos los demás
    • construir frases afirmativas, no negativas
    • crear frases para alabar actitudes que antes sólo recibían un silencio o un gesto de aprobación
    • relatar hechos, en lugar de calificar y etiquetar a las personas
    - Autocontrol: es el más difícil, especialmente si tenemos un carácter muy impulsivo y hemos desarrollado el hábito contrario. Es necesario para
    • no tomar malas decisiones en caliente y esperar a los momentos más adecuados.
    • ignorar comportamientos no deseados que no son nuestro foco de atención
    • mejorar el clima familiar
    - Cambiar la forma de ver las cosas:
    • cada error del niño es una oportunidad para enseñarle.
    • reconocer los errores ante los hijos no es debilidad, es una ocasión única
    • las muestras de afecto y cariño son el “pegamento” de la familia.
También es fundamental aprender a motivar, premiar y castigar.

BREVE FUNDAMENTO NEURO-FISIOLÓGICO

El cerebro no puede representar el negativo de ningún concepto, así que previamente debe visualizar el concepto para negarlo (el famoso anuncio de “no pienses en un coche rojo). Por tanto al educar corrigiendo constantemente el cerebro de los niños visualiza una y otra vez los actos que no debe hacer: son actos que terminan estando constantemente en su cabeza, consiguiendo prácticamente el efecto contrario al que buscamos.

En su lugar, toda esa insistencia y energía deben aprovecharse para que el cerebro represente acciones buenas una y otra vez, de forma que el niño las tenga siempre presentes.

ALGUNAS PREGUNTAS PARA PENSAR...

PREGUNTA

RESPUESTA

¿Qué frase es más común en casa?

  • “no hagas eso”
  • “haz esto”


¿Cuántas veces a lo largo del día alabas a algún miembro de la familia por lo que ha hecho?


¿cuántas le criticas o regañas?


¿Qué hay más en casa, premios o castigos?


Al regañar o corregir a los hijos, qué resultado suele conseguirse:

  • el adulto suele liberar la tensión con una buena bronca, pero tiene un efecto pasajero
  • el hijo comprende lo que ha hecho mal, por qué está mal, y cómo debería haber obrado
  • otros..


Cuando hablas en serio con los hijos,



  • ¿es casi siempre por algo malo que ya ha ocurrido?


  • ¿consigues un ambiente de confianza o de tensión?


  • ¿hay diálogo, o es una comunicación en una sólo dirección?


¿Hay muchas “etiquetas” negativas en casa, como “desordenado”, “desastre”, “vago”, “egoísta”, etc... entre los distintos miembros de la familia?


  • ¿Hay etiquetas positivas? ¿en mayor o menor proporción?


¿Sois cariñosos en casa? ¿Se nota que os queréis, o sólo “se sabe”?


¿Cuánta libertad tienen tus hijos? ¿principalmente en casa ha sido “consentida”, “preparada/planificada” o “conquistada”?



En base a las respuestas, deberías encontrar tus áreas de mejora para educar en positivo, y así preparar algún plan de acción que mejore la situación en alguno de los apartados que lo requieran.


El avance de las nuevas pedagogías ha permitido desarrollar métodos de educar mucho más eficaces y avanzados, agrupados en general respecto a la educación positiva, aquella basada en la afectividad, el optimismo y el refuerzo positivo. Sin embargo, este sistema tan positivo tiene un punto débil que se ha extendido por gran parte de la sociedad, que es de lo que hablaré en estas líneas, y que se resume en la diferencia de respuestas que obtendríamos si hiciéramos estas dos preguntas a cientos de padres:
a) ¿Crees que educas a tus hijos de forma positiva?
b) ¿Cuántos cursos o libros has leído sobre educación positiva?

Hoy en día, seguro que un alto porcentaje de padres respondería afirmativamente a la primera pregunta, pero sólo unos cuantos darían una respuesta aceptable a la segunda. Y eso es lo que representa el mayor peligro de la educación positiva: para educar en positivo, hay que estar preparado, pero hoy en día muy pocos lo están. ¿Y por qué representa esto tal amenaza? Pues porque, en resumidas cuentas, educar en positivo sin estar preparado, en un porcentaje altísimo se traduce en una ausencia de educación, mucho más grave incluso que las educaciones intransigentes y traumáticas de las generaciones anteriores.

Esto ocurre básicamente por un problema de idioma. Cuando uno no ha aprendido cómo se educa en positivo, pero sabe que ese sistema es el mejor y trata de aplicarlo con toda su mejor intención y su buen criterio, suele aplicar lo que le indican los nombres, y asocia a educación positiva términos similares como permisividad, libertad, tolerancia total, proteccionismo etc... desterrando otros con connotaciones negativas como normas, límites, responsabilidades, etc... Y aquí es donde reside la gran cuestión: cualquiera que estudia pedagogías positivas comienza aprendiendo que la educación positiva es una educación de límites, normas, responsabilidad e independencia que utiliza el refuerzo positivo como la mejor forma de acceder a la voluntad del niño y hacerle ver los beneficios de esa educación para que libremente opte por las mejores opciones.

La necesidad de normas se comprueba fácilmente desde las primeras semanas de la vida de los niños. Los niños necesitan saber a qué atenerse, y por eso constantemente fuerzan las situaciones, buscando los límites de todo y de todos. Es una búsqueda normal e intrínseca al ser humano, que se puede tratar principalmente de tres formas:

Antiguamente, todos estos límites se aplicaban desde "la mano dura". Como los ambientes en que crecían los niños estaban bastante controlados, y no había muchos cambios, el sistema funcionaba razonablemente bien simplemente copiando la educación que uno había recibido de sus padres. Cada uno sufría sus traumas y desde pequeño se podía acabar bastante estigmatizado, de forma que "quien mal empezaba, mal acababa". En general, era una educación muy autoritaria basada en el miedo, para la que no se requerían conocimientos especiales.

Muy recientemente, se ha descubierto que esos límites se pueden enseñar desde el amor, la comprensión y el refuerzo positivo, aun manteniendo firmemente los límites. De esta forma, se han conseguido excelentes resultados, sobre todo con quienes "mal empezaban", ya que muchas veces sólo se trataba de una motivación inadecuada fácil de cambiar. Este sistema es mucho más flexible, y busca educar la voluntad del niño, de forma que tome las decisiones correctas él mismo, y no como resultado de un miedo o amenaza. En su contra está que requiere mucha más formación, pues la intuición o lo que uno vivió de pequeño no son indicaciones adecuadas para saber llevarla a cabo. Además, actualmente, el entorno de los niños es mucho menos controlado (están mucho más estimulados por cine, televisión, radio, amigos), lo que requiere mucha más pericia y capacidad para abordar las situaciones.

Al resguardo de la educación positiva, ha surgido un tipo de educación que yo llamaría "Pasitiva", que viene a tratar de aplicar los métodos de la educación positiva sólo de oidas, basándose únicamente en la intuición, lo que en la mayoría de las situaciones desemboca en una educación sin límites ni normas. Es un caso paradójico, ya que aun siendo muchas veces propulsado por un amor sincero y preocupado por los hijos, obtiene resultados aún más negativos que aquellos que provocaba la educación tradicional. Es una lástima, porque este efecto pernicioso se solventaría con un poquito de formación. Para quienes vivís en España, buen ejemplo de este tipo de educación lo daban la mayoría de los casos que trató el programa "Supernany": padres amantes y preocupados, se veían completamente desbordados por niños aún pequeños, pero eran capaces de dar la vuelta a la situación con unas cuantas normas claras, un poco de paciencia y dulzura, y una sonrisa.

Pero, realmente ¿cuál es el peligro real de esta ausencia de límites y normas? Pues el peligro es que el niño, si no los encuentra, los seguirá buscando, cada vez más allá, y no parará hasta encontrarlos. Puede que tengamos suerte y en el colegio o cerca de nuestro entorno encuentre alguien que le muestre esos límites, pero lo más probable es que, si no hemos cumplido nosotros esa labor, no lo haga nadie en nuestro lugar... Y donde nosotros vemos un límite, porque así lo aprendimos, como el respeto a los mayores o la autoridad, o el respeto a las cosas ajenas, o no abusar del alchohol o la violencia, él no verá nada, si nadie se lo hace ver. Y así, no sentirá que obra mal cuando falte a todas esas normas... En definitiva, es un camino de años que terminará cuando se le muestre un límite, y si nadie lo hace antes, serán las leyes y la justicia.

Así que estas líneas son una llamada a la acción para aquellos que descubran que están peligrosamente cerca de la educación "Pasitiva": es fácil saltar a la otra, a la Positiva; basta con aprender de quien sabe, buscar ayuda y dejarse enseñar y leer algún buen libro de vez en cuando, aunque sólo sea una vez cada 3 ó 4 meses. Si lo valieron el colegio y la universidad, cuánto más la educación de nuestros hijos. Y es que el gran engaño de nuestros días es pensar que educar es tarea fácil, y que por el hecho de haber sido padres, ya estamos preparados.

¿quieres saber si estás educando "pasitivamente"? Aquí tienes un pequeño test para ver si tienes que tomar medidas.

1) ¿Están claras las normas en vuestra casa? ¿sabríais enumerar 3 ó 4?
2) ¿has leido algún libro sobre educación en el último año?
3) ¿hablas con cierta frecuencia con tu pareja sobre cómo queréis educar a vuestros hijos?
4) ¿Saben comportarse tus hijos cuando estáis con otras personas por sí mismos, sin que tengas que "comprarles" con promesas de premios y golosinas?

Si no has respondido SI a todas las preguntas, deberías revisar tus planteamientos educativos, puedes estar corriendo el peligro de acercarte demasiado a una educación pasitiva. E incluso en el caso de que este test no sea fiable y no corras ningún peligro, no te hará ningún mal revisar de nuevo el plan educativo para tus hijos :-))

En definitiva, te animo sinceramente a abrazar la educación en positivo, pero si no vas a poder dedicar el esfuerzo y atención que requiere, te aviso de que antes que ser un educador "pasitivo" deberías considerar aplicar las teorías de la "mano dura", por el bien de tus hijos...

CASO 3 QUIERO SER FUTBOLISTA

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miércoles, 14 de septiembre de 2011

TEXTOS de APOYO: Laboriosidad: Gran Aliado en la Formación de la Voluntad


Recuerdo a unos padres que organizaban las horas de estudio de su hijo hasta el detalle, le racionaban el tiempo libre con criterios muy estrictos , venían a ver a los profesores con inusitada frecuencia, e intervenían en todo lo que el chico pudiera hacer o decir.

Eran como sus portavoces, anulaban su personalidad. Con esa pretensión de control absoluto y de superprotección hacían pasar una notable vergüenza al chico, molesto por el riguroso cerco al que estaba sometido. Le llevaban en coche al fútbol, porque no iban a dejarle ir solo, con la bolsa de deporte, 'tal como está el mundo'. Le insistían en que se abrigara, le corregían continuamente, le planificaban el descanso, le recordaban todo.

Su padre se empeñaba incluso en que le tenían que gustar las rimas de Bécquer y la música de Vivaldi, porque 'esos cantantes modernos lo único que hacen es pegar berridos'. Era todo un intento de meter a presión en un molde su forma de ser y sus aficiones.

Con planteamientos así no se puede pretender que el chico llegue a ser alguien responsable. Hay que educarle en libertad, con una vigilancia atenta, pero que mantenga un poco las distancias. Si no, le será difícil llegar a entender –y es importante– que él mismo es quien debe estar interesado en estudiar y encontrar el modo de hacerlo lo mejor posible.

No es difícil sustituir ese cerco de controles por motivaciones más positivas: en vez de prohibirle la televisión, por ejemplo, acordar con él un resultado concreto en el estudio. En vez de privarle de algo, sin más, hacerle ver que debe ser generoso y compartirlo con su hermano. En vez de afear su mala conducta, elogiar la que ha sido buena –que la habrá– y decirle que estamos seguros de que puede ser así siempre.

Interesa dejar un amplio margen a su iniciativa personal. No podemos pretender que tenga el mismo modo de organizarse o de estudiar que tuvimos nosotros. Tiene su modo de hacer las cosas y de entender los problemas. Y a esta edad hay que empezar ya a respetarlo con bastante tacto, pues el exceso de imposiciones suele producir el efecto contrario: el deseo de libertad puede incluso llevarle a hacer lo que no quisiera, con tal de dejar bien sentada su independencia personal. Debe tenderse lo más posible a que actúe bajo su propia responsabilidad. Los educadores que dejan huella –y huella de la que se recuerda toda la vida– son aquellos que saben hacer que esté en condiciones de tomar decisiones y elegir caminos cuanto antes.

Es un gran error ser posesivos o impositivos. Es mejor ir haciéndole amistosamente las preguntas oportunas sobre el porqué de sus ideas. Este modo de comportarse tiene otra ventaja: cada día se aprende algo de ellos; por eso, tener la suficiente sensibilidad para lograrlo es una tan preciada cualidad en el educador.

—Oye, que estábamos hablando del estudio: - Sí, pero el estudio es el campo en que quizá más claro puede verse todo esto. Debe aprender a organizar su tiempo y decidir sobre el mejor modo de dar cabida a todo: estudio, descanso, aficiones, ratos de tertulia familiar, y sus encargos en la casa.

Que razone él mismo (aunque se le puede ayudar) para aplicar un orden de prioridades en las cosas que tiene pendientes. Es mejor pedirle resultados concretos y hacer el papel de observador, con una vigilancia que sea atenta y respetuosa a la vez, serena, y afable a la hora de intervenir, sin caer en la tentación de pretender fiscalizarlo todo. Al chico empiezan a molestarle las actitudes excesivamente paternalistas.

Porque esos pequeños golpes son los que más enseñan al niño, ya que son consecuencia del empleo consciente de su libertad. Lo contrario produce inhibición. Si hay un exceso de dirigismo, el chico no termina de convencerse de que es bueno lo que le obligan a hacer, porque nunca llega a experimentar el fracaso como consecuencia de una decisión libre suya.

El principal enemigo del dejar hacer es la impaciencia. No en vano dice aquel proverbio turco que la paciencia es la llave del paraíso, pues aunque costosa, sus frutos son extraordinariamente sabrosos. Hay que aprender a esperar, cosa nada fácil, y contar con el tiempo para que mejore, sin exigir resultados milagrosos, como no los obtuvieron con nosotros nuestros padres.

Ir a las causas, sin quedarse sólo en lo académico: Muchas veces queremos curar el sarampión granito a granito, y no puede ser. Es preciso ir a las causas. Un niño sano, a esta edad, en un ambiente normal, debe querer estudiar. Lo contrario indica alguna anormalidad.

Estando en contacto con su tutor o sus profesores, no es difícil saber qué es lo que pasa. Lo que no es acertado es querer arreglarlo a base de remedios superficiales. No podemos pretender arreglarlo resolviéndole los problemas de matemáticas, dictándole la redacción o haciéndole la lámina de dibujo. Ni tampoco con la comodidad de poner un profesor particular, si el problema es que no le da la gana esforzarse por atender en clase.

—¿Por qué no pones algunos ejemplos más concretos?: - ¿De verdad quieres ejemplos de contradicciones educativas? Seguro que muchos nos resultarán familiares a todos.

1.- Si resulta que come siempre lo que le da la gana, fuera de hora, y a su capricho..., luego no te quejes de que sea tan blandito que no aguante ni quince minutos estudiando.

2.- Si se pasa la tarde en casa en pijama, estudia tumbado en la cama, y cuando se sienta en el sofá adopta siempre posturas hiperperezosas..., luego no te extrañe que no sea capaz de vencer la pereza para hacer esas tareas de clase o preparar aquel examen.

3.- Si se pasa el día con la cabeza en otro mundo, distraído, viendo horas y horas de televisión, escuchando música a todo volumen o absorto con sus auriculares hasta altas horas de la noche, sin exigirle que participe en el ambiente familiar..., luego no te maravilles de que sea bohemio, esté lleno de fantasías y que no logre concentrarse ni cinco minutos seguidos en clase, en el estudio, o en la lectura de ese libro que le han mandado para un trabajo del colegio.

4.- Si se ha pasado la vida sin guardar ningún orden, dejando tiradas su ropa y sus cosas del colegio, sin sujetarse a un horario..., bien pueden ser ésas las causas de su actual descuido y desorden integral en los estudios.

5.- Es un error grave preocuparse sólo de las notas. Hay padres que, cuando van al colegio, sólo preguntan por el boletín de notas, las recuperaciones y el profesor de matemáticas. Piensan en la carrera que hará su hijo, pero no en el tipo de persona que será. Y no les importa si su hijo es buen compañero, o leal y sincero con los amigos.

6.- Como padre, o como madre, debes preocuparte de saberlo. Entérate, por ejemplo, de si ya ha aprendido a dejar el bolígrafo o los rotuladores o ese libro a sus compañeros de clase. Preocúpate por saber si lleva ya al colegio, para jugar con sus amigos, aquel balón que le han regalado en su último cumpleaños. No resulte que esté convirtiéndose en un egoísta avaro de sus libros, sus rotuladores o su balón de reglamento.

7.- Porque las notas suelen ser muchas veces consecuencia de lo demás. Y, aunque no fuera así, ¿de qué serviría tener un hijo premio Nobel si luego es un egoísta, está lleno de orgullo, o es un envidioso redomado? —Oye, que supongo que no todos los problemas serán de falta de voluntad o de virtudes...:- Cierto. Hay también, aunque con menor frecuencia, problemas de aprendizaje. Pueden ser dificultades de lectoescritura, comprensión, memoria, atención, etc., que quizá se agudizan a estas edades. A veces se ponen de manifiesto coincidiendo con el año en que en el colegio pasan al sistema de un profesor por asignatura. Es cuestión de acudir entonces a un gabinete psicopedagógico de confianza.

Castigar es fácil; motivar es difícil:

Vuelvo a insistir brevemente en la motivación y en el castigo, porque en los estudios de los chicos suelen tener bastante protagonismo. Si se tiene verdadera autoridad, raramente será necesario castigar. Un simple detalle, una mirada o un sencillo comentario más severo que muestre que ha actuado mal, suele ser suficiente si le hemos educado bien y con cariño. El recurso al castigo es casi siempre la solución más cómoda y socorrida, la menos inteligente.

El castigo es el arma de quien no sabe educar mejor :De todas formas, si honradamente no se te ocurre mejor solución, castiga. Pero que sepas que es porque antes no supiste hacerlo mejor; y que aún ahora existen otras soluciones. Pero no lo dejes pasar si crees que hay que actuar.

Cuando uses del castigo, el chico ha de quedar siempre con la sensación de que ha habido justicia, como si hubiera perdido en un juego con unas reglas muy claras y sin trampas. La reprensión y el castigo deben ser como el eco del reproche que el niño se haga a sí mismo en el interior de su conciencia. Si no se consigue esto, su eficacia es muy dudosa.

También conviene que los castigos sean en lo posible educativos, relacionados con la falta cometida. E incluso productivos, si es posible, porque así al cumplirlo no se añade la carga de sentir que se está haciendo algo absurdo o inútil.

Por eso, si tiene desordenado el armario, se le puede decir que lo ordene antes de salir. Si llega tarde a comer, puede recoger la mesa o hacer algún otro trabajo doméstico, y descargar así de trabajo a otros. Y si las notas no han sido buenas, habrá que marcarle unos mínimos exigentes en su estudio, y deberá cumplirlos.

Motivar no equivale a premiar. Es más. Es infundir un deseo de actuar de un modo determinado: de estudiar, de ayudar a los demás, de saber, de conocer.

El último ejemplo que quiero poner se refiere a los castigos físicos. Recuerdo la vergüenza ajena con que vi en una ocasión a una madre en la triste situación de correr detrás del hijo que huía del castigo corporal. Aparte de un espectáculo penoso, es muestra muy sintomática de una autoridad ya casi perdida.

No se debe pegar, y quienes tengan que llegar a hacerlo habrán de ser conscientes de que es consecuencia de una larga acumulación de errores en la educación del chico y en la autoridad de los padres. Suele ser consecuencia de la irritación y de la pérdida del dominio de sí mismo, desprestigia a quien la emplea, produce resentimientos, y es algo que recordarán cuando sean mayores y que difícilmente nos podrán agradecer.

Alfonso Aguiló

Madrid 1959. Ingeniero de caminos (Madrid, 1983) Ha tenido relación durante más de veinte años con la formación de gente joven en diversos trabajos de carácter educativo y docente. Actualmente es director de Tajamar (Madrid, España). Es autor de numerosas publicaciones, entre las que se cuentan siete libros en la colección 'Hacer Familia' (Editorial Palabra): Tu hijo de 10 a 12 años (1992) (en 7ª edición), Educar el carácter (1992) (en 6ª edición), Interrogantes en torno a la fe (1994) (en 4ª edición), La tolerancia (1995) (en 4ª edición),Carácter y valía personal (1998) (en 3ª edición),Educar los sentimientos (1999) (en 3ª edición) , 25 cuestiones actuales en torno a la fe (2001). También ha publicado más de un centenar de artículos sobre cuestiones relacionadas con la educación. Es colaborador habitual de la Revista 'Hacer Familia'. Dirige el portal www.interrogantes.net. Desde 1991 es Vicepresidente del Instituto Europeo de Estudios de la Educación (IEEE).

CASO 2. Gemma y sus hermanos

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viernes, 2 de septiembre de 2011

TEXTO DE APOYO PARA REFORZAR EL CASO 1:


¿Qué ocurre cuando no tenemos autoridad en la familia? Que nuestro hijo se apodera de ella. Los educadores saben que una autoridad bien entendida obtiene el respeto del niño y es la piedra angular para desarrollar personas equilibradas y felices. de eso se trata, de ayudar a crecer. ¿Cómo conseguir autoridad? Es importante tomar decisiones correctas y útiles para el niño día a día.

La palabra autoridad se deriva del verbo latino "augere", que quiere decir ayudar a crecer. Para un educador es importante distinguir entre:

"ser autoridad"

"tener poder"

"tener autoridad"

Una persona es autoridad por el cargo que ocupa. El director en la empresa, el alcalde en la ciudad, el profesor en la clase o el padre-madre en la familia son, por principio, la autoridad. Como consecuencia de ser autoridad tienen, a priori, un capital de prestigio y de reconocimiento que les permite tener autoridad.

En efecto, cuando nace nuestro hijo todos los padres disponemos del mismo capital de autoridad. En cambio, vemos a diario que, cuando un niño tiene sólo tres años, ya hay padres que han sido capaces de aumentar su autoridad y padres que han perdido gran parte del capital con que partieron. Para seguir teniendo autoridad es preciso ganarla día a día con decisiones:
correctas, justas y útiles.

Por otro lado, el ser autoridad conlleva no sólo tener poder para mandar a otros, sino también una capacidad coercitiva. Es aquello de que quien manda, manda, aunque mande mal. Cuanta más autoridad tenemos como padres, menos hemos de ejercer el poder. Y al contrario, en la medida que nuestra autoridad disminuye, debemos imponer medidas coercitivas: castigos, gritos, enfados, etc. que cada día han de ser mayores para que tengan efecto, deteriorando así la buena relación entre nosotros y nuestros hijos y, en consecuencia, la calidad de vida familiar.

¿Qué pasa cuando no tenemos autoridad en la familia?

Tenemos que partir de la base que la relación entre padres e hijos en edad de educar no es una relación de igualdad, sino jerarquizada. Un padre es un adulto al que se le supone una sabiduría que nuestro hijo no tiene. Los niños, hasta la adolescencia, tienen una gran capacidad para aprender datos y conocimientos, pero no tienen sentido común para afrontar muchas situaciones de la vida diaria. Hemos de ser nosotros, los padres, quienes pongamos los límites a su libertad individual para protegerlo físicamente, ya que puede, por ejemplo, cruzar la calle impulsivamente sin reparar en los coches que lo pueden herir o matar.

Igualmente debe ser un adulto quien le obligue en ocasiones a realizar una tarea que en principio no le apetece pero que a largo plazo supondrá un gran bien para él. Es el caso de muchos niños que tienen en un primer momento aversión a la natación, pero tras obligarles con firmeza y cariño aprenden a nadar y esta actividad acaba siendo una de las que más satisfacciones les produce.

Somos los padres quienes hemos de tomar decisiones por él para evitar males mayores que afectan además a otras personas, como compañeros y profesores. Fernando Savater dice "el padre que no quiere figurar sino como el mejor amigo de sus hijos, algo parecido a un arrugado compañero de juegos, sirve para poco; y la madre, cuya única vanidad profesional es que la tomen por hermana ligeramente mayor que su hija, tampoco sirve para mucho más".

Cuando no tenemos autoridad, nuestro hijo se convierte en autoridad, llegando a disponer y a usar la correspondiente cuota de poder inherente a ella. Nadie desea un jefe que no tenga ni sabiduría, ni sentido común, ni ningún sentido de la medida para ejercer su poder, porque estaremos soportando y sufriendo un tirano, un dictador, que es en lo que se convierte nuestro hijo cuando se da esta circunstancia.

En segundo lugar, si nuestro hijo no encuentra "autoridad" en casa porque la hemos perdido, la busca fuera de ella. Busca líderes individuales que no siempre son positivos para él o se refugia en el grupo al que sigue y sirve de modo gregario (gregario quiere decir en rebaño) ciegamente, sin hacer caso a los esfuerzos de las personas que lo quieren bien.

Por último, muchos de nosotros, cuando llegamos a esta situación, nos sentimos impotentes, pedimos ayuda al Estado y a la escuela, y no sólo queremos que actúen por nosotros, sino que además exigimos resultados cuando a lo largo de los años no hemos sabido o querido vivir como un adulto con todas sus consecuencias.

¿Cómo tener autoridad?

El primer requisito para tener autoridad es, como ya hemos dicho, ejercerla día a día. Como cualquier actividad, si no se practica se pierde. Los padres hemos de tomar decisiones diarias que ayuden a nuestro hijo a respetar los límites naturales, que le ayuden a madurar como persona. La permisividad y el "dejar hacer" son enemigos de la autoridad que ayuda a crecer.

En segundo lugar es necesario huir del autoritarismo, consistente en el ejercicio del poder de modo injusto, inútil y cuando no se debe.

En tercer lugar, para tener autoridad es preciso tener prestigio. Una persona tiene prestigio cuando se le reconoce una habilidad o cualidad determinada. Un estudio de la Universidad de Navarra comprobó que el prestigio de los padres ante los hijos no depende ni del dinero que ganan, ni del coche que tienen, ni de la práctica de un deporte, ni tan siquiera del cargo que ocupan, sino que depende de tres factores fundamentales:

Del modo de ser de la persona: generosa, serena, optimista, humilde, generosa, ...

Del modo de trabajar: el hijo exige de sus padres un trabajo de calidad y un comportamiento honrado en su actividad laboral.

1. Del modo de tratar a los demás: Tanto a la familia como a los amigos y compañeros, o a la sociedad en general.

2. Por último, no hay autoridad sin respeto fundamentado en la integridad, la sinceridad y la empatía con el prójimo, nunca en el miedo y en la imposición.


http://www.solohijos.com
Pablo Pascual Sorribas Maestro, licenciado en Historia y logopeda.



CASO 1

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